sábado, 14 de enero de 2012

Mi cuento de Navidad: Dos vestidos de raso verde y rojo

Siento subirlo tantarde, pero es que me acordé hace poco de que lo tenía por ahí abandonado, y me gustaría que lo leyerais


    Color del vestido: verde hasta los tobillos. Color de los adornos: rojo y dorado. Suspiré. No sé que tenía Maika en contra a que me pusiera para la cena de nochebuena unos vaqueros y un jersey como Dios manda, pero según ella, para esta cena iban a venir personas muy notables. Suspiré de nuevo. ¿Qué gente notable?  ¡Por el amor de Dios, si sólo iba a venir su familia! Seguía sin entender que veía mi padre en ella. No es que ella no me cayese bien, es más, me cuidaba mucho y siempre me llevaba de compras. Pero todo cambiaba a la hora de hacer cenas elegantes, utilizando cualquier excusa, o a la hora de decorar la casa con los adornos de Navidad, que no sé como soportaba oír “no estás bien vestida”, “colócate el pelo”, “falta poner espumillón ahí Sharon”, “faltan tres tenedores en la mesa Sharon”. ¡Sharon, Sharon y más Sharon! ¿Por qué no le decía a Daniel que ayudara? Para algo es su hijo pequeño.
Oh, no esperad. Él tiene que trabajar en sus proyectos a pesar de tener once años. ¡Dios santo, pero si tiene once años! Lo normal sería que se pasara toda la tarde marcando con un rotulador rojo los juguetes que quiere que Santa Claus le traiga, comiendo galletas en forma de estrellas, esperando hasta tarde para irse a la cama, por si veía a Santa Claus y cantando villancicos a pleno pulmón, no mejorar una página Web de su familia, pasar de cualquier tradición navideña y pedirle a Santa Claus un portátil de última generación sin ningún ímpetu. A veces pensaba que ese niño no era normal, o que simplemente, había sido abducido por aliens y que en el lugar que correspondía a un niño dulce y maravilloso que se ríe de cualquier cosa, ahora había un niño frío y calculador que sólo piensa en las mates. Dios, vaya familia.
    Salí del cambiador para ponerme los tacones a juego y luego me fui al tocador, donde me esperaban unos pendientes con unos pedruscos tan grandes que dudaba que mis orejas los pudieran sujetar. Me los puse, pero luego pensé que me los tendría que quitar cuando Maika me tuviera que hacer el peinado –con el que como siempre tendría una sensación de llevar un ánfora gigante en la cabeza en vez de mi larga melena castaña- porque seguramente le molestarían. Me dirigí al cuarto de mis padres para que Maika me hiciera mi montaña de pelo.
    -¿Maika? –llamé con timidez a la puerta-. Ya me puedes hacer el peinado.
    -Pasa cariño –oí que me llamaba detrás de la puerta.
    Entré en el cuarto de mis padres –una habitación enorme, completamente iluminada con un tragaluz de cristal y donde todo era blanco, desde los muebles, hasta el marco de las ventanas- y me dirigí hacia el cambiador. Ela cambiador de mis padres era como una segunda habitación, tan grande como la suya propia. Era increíblemente enorme.
    -Bueno señorita –me dijo Maika cuando me vio-. ¿A qué se debe que te hayas puesto el vestido sin que te haya tenido que amenazar de muerte?
    Sonreí. No me gustaba llevar vestidos, por lo general me quedaban fatal, y odiaba ponérmelos, sinceramente.
    -Tal vez he madurado –dije sonriendo.
    Maika se rió. Ambas sabíamos que eso era imposible. Yo era incapaz de madurar. Era como una niña de seis años en un cuerpo de quince. Era como si Daniel fuera el maduro de la casa y yo la pequeña niña inmadura que aún juega a soñar en cabalgar  sobre unicornios rosas y blancos sobre el arco iris. Irónico.
    Maika empezó a rizarme el pelo con las tenacillas mientras me contaba los preparativos de la fiesta. Que si esto de los aperitivos, que si aquello de los invitados, que si la cubertería no estaba completa, que si faltaban copas, que si los platos no estaban preparados. Yo no prestaba atención, pero para no parecer maleducada, de vez en cuando contestaba “si “, “aja”, “de acuerdo” o “pues vaya” No me interesaba lo más mínimo lo que pasaría en la cena, para mía era como un pequeño puente hasta que llegaba la hora de las actuaciones. A ver, éramos más de cien personas, necesitábamos un entretenimiento para poder divertirnos, y normalmente sólo actuábamos de la siguiente manera: Yo daba un discurso de bienvenida –del cual la mayor parte de él lo decía muy a mi pesar, porque esas cenas las odiaba-, luego Stella, John, Michael, Dakota y Jane hacían una representación de teatro –cuando actuaban, era el único momento en el que veía a la familia de Maika reírse de verdad-, después les tocaba el turno a Daphne, Joanna, Greg y Daniel que tocaban un par de piezas –que a mí siempre se hacían eternas y un año casi me dormí sobre la ración de pastel de otro- y para finalizar yo cantaba junto con James y Michelle –que eran los únicos sobrinos de Maika que me caían bien- una canción de Adele, que era lo único que se nos permitía cantar, muy a nuestro pesar, puesto que habríamos representado con mucho gusto “California Girls” o “Bad Romance” Pero tanto Katy Perry como Lady Gaga no estaban muy bien vistos en mi casa, así que estábamos obligados a buscar como posesos dentro del disco “21” de Adele. Y vale que “Someone like you” o “Rolling in the deep” fueran unas canciones preciosas pero no podíamos repetir canciones, así que algún día –y Daphne rezaba porque llegara ese día, puesto que anhelaba tener mi voz- tendríamos que dejar de cantar, o Adele tendría que sacar un disco pronto.
    Lo habitual en las actuaciones es que luego todo el mundo se dedicaba a hablar mientras Greg y Daphne tocaban un poco de música de ambiente Jazz hasta las doce, que era cuando Daniel se iba a su cuarto, todos los invitados se iban y Michelle y James habituaban a quedarse en mi casa a ver una peli con palomitas y helado con el permiso de Maika y seleccionábamos la canción de el año que viene y así tener un año libre de estrés al contrario de nuestros amigos estresados, los músicos de Londres –así era como les llamábamos-.
    -Espero que este año cantéis dos canciones o más –dijo Maika mientras me ponía unos lacitos rojos y dorados en el pelo-. Daphne se ha constipado un poco y a lo mejor o puede tocar.
    ¡¿Qué?! ¿Cómo que Daphne estaba enferma? Estúpida de mí. Claro que Daphne iba a hacer algo para chafarnos la actuación, pero lo habitual en ella era fingir que se le había salido una llave del clarinete o que a Joanna o a Greg se les había roto una cuerda del violín o algún problema inventado que tenían sus instrumentos, no una enfermedad.
    -Bueno, creo que te haré luego este peinado, así que –me dijo Maika-, puedes quitarte el vestido y las pinzas, pero cuidado con los rizos que no se deshagan, ¿vale?
    Asentí, aún dándole vueltas al problema de la enfermedad -más que falsa- de Daphne. Veamos, eran las tres, y los invitados iban a empezar a venir sobre las cinco para el aperitivo y charlar un rato. Luego cena a las ocho, concierto a las nueve y charla hasta las doce –no sé cómo hacían en mi familia para enrollarse tanto-. Teníamos seis horas para preparar una canción más, tiempo de sobra, si no me requerían en la cocina para catar todos los platos, porque yo era la voz en nuestro “grupo”, Michelle los coros, porque no llegaba tan alto como yo y James el teclado. Así que teníamos ocho horas, pero necesitaría yo otra para vestirme de nuevo, lo que nos dejaba con siete horas. Bueno, era el tiempo suficiente para repara una canción, así que los esfuerzos de Daphne no habían servido para nada.
    -¿Podría llamar a Michelle y a James para decirles que vengan antes? –le pregunté con toda la inocencia que pude sacar en mi voz-. Para preparar otra canción si Daphne no puede actuar.
    -De acuerdo –dijo Maika sonriendo- no veo por qué no.
    ¡Bien! Daphne no había pensado con la maravillosa amabilidad de Maika. Ahora sólo tendría que esperar…

    -Muy bien –dijo James quitándose los cascos-. Creo que esta la podemos dar por buena.
    Sonreí. James y Michelle estaban al tanto de la “enfermedad” de Daphne y en cuanto se lo había dicho, pidieron permiso y vinieron directos arrastrando el teclado de James por todo Londres. Había sido un milagro que hubiera sobrevivido al viaje.
    -Bueno –dijo Michelle-, ¿ensayamos las demás o un poco más tarde?
    -Un poco más tarde, por favor –contesté-. Me estoy mareando.
    Nos sentamos en el suelo de mi habitación mientras le daba al play del reproductor y empezó a sonar “Rumor has it” en la versión nuestra.
    -Que apropiado ¿no? –dije con ironía.
    -Si –asintió Michelle-. Ojala tuviéramos un polígrafo y así podríamos hacer confesar a Daphne.
    -O suero de la verdad –añadió James-. Se lo colamos en la bebida y listo.
    -Lo que de verdad necesitamos es una familia no tan materialista como la nuestra –dije yo sacudiendo la cabeza.
    Ambos asintieron. A nuestra familia le importaba más que la decoración quedara bien que ver a todos reunidos juntos en Navidad. Cuando murió Henry, el abuelo de Daniel, no vi a nadie en el funeral que llorara. Y al final creo que Maika es la que tiene corazón en su familia.
    -Lo que necesitan es algo que les de a ver que nada importa si no está la familia –dijo Michelle-. Necesitan que se den cuenta que lo que importa no es ir elegante a una estúpida cena de etiqueta, si no sentarse alrededor de una chimenea, ver “Qué bello es vivir” y comer pastas navideñas y chocolate caliente. Pero los tres sabemos que dudo mucho que eso ocurra.
    Asentimos de nuevo, cuando se me ocurrió una idea maravillosamente loca que podía hacerles cambiar de idea por completo.
   -Chicos –les miré con complicidad-. Tengo una idea.

    A sólo una hora de que empezaran a venir los empleados, habíamos desarrollado la parte más difícil de nuestro plan: Cambiar la comida del menú. Hay que decirlo, James con su sonrisa es la persona más persuasiva he visto en mi vida. Bueno, sustituido el menú habitual por uno de navidad de verdad –con pavo y salsa de arándanos y tarta-, llegaba la parte más estresante: Montar la actuación.

    -¿Cual es el veredicto maestra? –dijo James mirándome con ironía.
    Sonreí. Michelle me miró con una cara de asco en la cara he hizo una mueca como si vomitara.
    -Frida se encargará de Maika si hago de catadora de comida para el resto de mi vida –dije sintiéndome llena antes de tiempo-. Pero por lo menos tenemos esta hora para montar lo que tengo pensado.
    -Y bien maestra –dijo Michelle imitando la voz de James-. ¿Qué hacemos ahora?
    -Ahora –dije poniéndome de pie-, empieza la revolución.
    Ambos me miraron con interés mientras les contaba mi “pequeño” plan.

    A las ocho, Michelle, James y yo estábamos embutidos en nuestros respectivos atuendos -el vestido de Michelle era igual que el mío pero los adornos eran verdes y el vestido era de raso rojo y el traje de James se componía de un pantalón vaquero negro con un blazer del mismo color, una camiseta blanca con una corbata dibujada en ella-, preparados para la que se venía encima, esperando con toda nuestra alma que nuestra familia entrara en razón.
    -¿Preparadas? –nos susurró James.
    -Listas –dije yo.
    -Más que eso –añadió Michelle
    -Pues allá vamos –dije yo mientras abría la puerta del comedor, dispuesta a enfrentarme a las críticas de Daphne y a mi familia calculadora.

    La cena transcurrió más tranquila de lo previsto. Frida había hecho un buen trabajo camuflando la cena de navidad como platos de primera clase. Creo que la familia disfrutó con la cena, y la única cara de desagrado que vi fue por parte de Daphne y Joanna, que eran unas estiradas.
    Cuando los pequeños ya habían actuado y Daphne y los demás se habían lucido con su “somnífero” de primera clase, nos llegó el turno a nosotros.
    Me subí al “escenario” y comencé a dar el discurso
    -¿Hola? –llamé la atención un par de veces, hasta que todos reaccionaron-. Gracias por venir aquí esta Navidad de nuevo y... –hice una pausa. Ahora empezaba la revolución-. Mirad, no sé por qué hacéis esto. Las decoraciones, la comida de restaurante moderno, los vestidos de etiqueta... Todo eso en Navidad da igual. Si estamos aquí es para estar juntos y divertirnos, no discutir por tonterías –oí como empezaban a murmurar-. El árbol no importa nada, la Navidad está para disfrutarla en familia, y tenemos que estar agradecidos por ello. ¿Quién está conmigo?
    Al principio me miraron como si estuviera loca, pero ocurrió lo que en las películas se denomina como milagro navideño.
    -Yo estoy harto de estas cenas estiradas –dijo Daniel, para mi gran asombro-. Quiero pasar las navidades como un niño de verdad, no como alguien prodigioso y estirado.
    -Nosotros ya no queremos hacer obras de teatro –dijeron Dakota y Stella-. Queremos abrir regalos al lado de una chimenea y ver “La vida es bella”, no comer platos asquerosos de primera clase.
    Y así todo el mundo, diciendo lo que yo quería escuchar: Que la Navidad en mi familia, había estado compuesta, básicamente, de cosas que no les importaba. Y a partir de ese momento, mi familia entendió, que todo es mejor si es en compañía de gente que te quiere.
    Y pensar que todo empezó con dos vestidos de raso verde y rojo. Y pensar, que en el fondo, mi familia eran las personas con las que yo realmente soñé.

2 comentarios:

  1. Dios... me ha dejado el relato alucinada. Escribes la mar de bien :D
    Te sigo para estar al tanto de más.
    ¡Saludos!

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    1. Graaacias!!
      si tienes un blog, ponme el link y me paso!

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