jueves, 19 de enero de 2012

Capítulo tres: Tango


"Hagas lo que hagas, o las buenas intenciones que tengas, siempre habrá algún idiota que tratará de hundirte"

La música cesó. Eileen dio el último paso. La clase estalló en aplausos y yo salí de mi trance. Me uní a los aplausos. Sonreí. Por primera vez, alguien había impresionado (y cuando digo impresionado, es dejar con la boca abierta y casi caerse de culo) a Manu. Era increíble con la soltura con la que bailaba Eileen, parecía que volaba, que no tocaba el suelo. Era algo mágico, algo casi imposible.
 -Maravilloso Eileen! –dijo Manu acercándose y abrazándola-. ¡Tienes el mismísimo talento de Frida Newman o de Sharon Stone!
La vi sonreír, porque entre la marea de tíos que se había creado a su alrededor y que mi tío era un pedazo armario que no me dejaba ver lo que pasaba, iba fino.                        
-Bueno chicos -prosiguió Manu haciendo un poco de hueco para que Eileen pudiera volver a su sitio con nosotros (aunque lo que tuvo que hacer para conseguir ese hueco fue dar codazos a mansalva mientras decía “perdón”, “disculpad” o “paso”-, vamos a enseñarle a Eileen la coreografía ¿de acuerdo?                                           
Nos colocamos en nuestras posiciones habituales (tres, cuatro, cuatro) y esperamos a que Manu pusiera la música.

sábado, 14 de enero de 2012

Mi cuento de Navidad: Dos vestidos de raso verde y rojo

Siento subirlo tantarde, pero es que me acordé hace poco de que lo tenía por ahí abandonado, y me gustaría que lo leyerais


    Color del vestido: verde hasta los tobillos. Color de los adornos: rojo y dorado. Suspiré. No sé que tenía Maika en contra a que me pusiera para la cena de nochebuena unos vaqueros y un jersey como Dios manda, pero según ella, para esta cena iban a venir personas muy notables. Suspiré de nuevo. ¿Qué gente notable?  ¡Por el amor de Dios, si sólo iba a venir su familia! Seguía sin entender que veía mi padre en ella. No es que ella no me cayese bien, es más, me cuidaba mucho y siempre me llevaba de compras. Pero todo cambiaba a la hora de hacer cenas elegantes, utilizando cualquier excusa, o a la hora de decorar la casa con los adornos de Navidad, que no sé como soportaba oír “no estás bien vestida”, “colócate el pelo”, “falta poner espumillón ahí Sharon”, “faltan tres tenedores en la mesa Sharon”. ¡Sharon, Sharon y más Sharon! ¿Por qué no le decía a Daniel que ayudara? Para algo es su hijo pequeño.