"Hagas lo que hagas, o las buenas intenciones que tengas, siempre habrá algún idiota que tratará de hundirte"
La música cesó. Eileen dio el último paso. La clase estalló en aplausos y yo salí de mi trance. Me uní a los aplausos. Sonreí. Por primera vez, alguien había impresionado (y cuando digo impresionado, es dejar con la boca abierta y casi caerse de culo) a Manu. Era increíble con la soltura con la que bailaba Eileen, parecía que volaba, que no tocaba el suelo. Era algo mágico, algo casi imposible.
La música cesó. Eileen dio el último paso. La clase estalló en aplausos y yo salí de mi trance. Me uní a los aplausos. Sonreí. Por primera vez, alguien había impresionado (y cuando digo impresionado, es dejar con la boca abierta y casi caerse de culo) a Manu. Era increíble con la soltura con la que bailaba Eileen, parecía que volaba, que no tocaba el suelo. Era algo mágico, algo casi imposible.
-Maravilloso Eileen! –dijo Manu acercándose y abrazándola-. ¡Tienes el mismísimo talento de Frida Newman o de Sharon Stone!
La vi sonreír, porque entre la marea de tíos que se había creado a su alrededor y que mi tío era un pedazo armario que no me dejaba ver lo que pasaba, iba fino.
-Bueno chicos -prosiguió Manu haciendo un poco de hueco para que Eileen pudiera volver a su sitio con nosotros (aunque lo que tuvo que hacer para conseguir ese hueco fue dar codazos a mansalva mientras decía “perdón”, “disculpad” o “paso”-, vamos a enseñarle a Eileen la coreografía ¿de acuerdo?
Nos colocamos en nuestras posiciones habituales (tres, cuatro, cuatro) y esperamos a que Manu pusiera la música.